Hay
un cisne que muere cercado de un palacio.
Un
cisne misterioso de ropaje de seda
que
en vez de deslizarse en la corriente leda
se
estanca fatigado de mirar el espacio.
El
cisne es un enfermo que adora al Dios de oro;
el
sol, padre de razas, fecunda su agonía,
por
eso su tristeza es una sinfonía
de
flores que se entreabren en las sombras del lloro.
Tiene
el pecho cruzado por un loco puñal,
gota
a gota su sangre se diluye en el lago
y
las aguas azules se encantan bajo el mago
poder
de los rubíes que destila su mal.
El
alma de este cisne es una sensitiva...
No
levantéis la voz al lado del estanque
si
no queréis que el cisne con el pico se arranque
el
puñal que sostiene su existencia furtiva.
Cuentan
viejas leyendas que está enfermo el amor.
Que
el corazón enorme se le ha centuplicado
y
que tiene en la entraña como El Crucificado
un
dolor que cobija todo humano dolor.
Y
cuentan las leyendas que es un cisne-poeta...
Que
la magia del ritmo le ha ungido la garganta
y
canta porque sí, como el arroyo canta
la
rima cristalina de su corriente inquieta.
Yo
he soñado una noche que en el viejo palacio
era
el cisne cansado de mirar el espacio.
Alfonsina Storni
René Legrand, The dying swan |
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