Monday, February 12, 2018

Análisis y comparación de los cuentos de Horacio Quiroga, “A la deriva” y “Nuestro primer cigarro”





Facultad de Filologías clásicas y modernas


Departamento de Estudios Iberoamericanos

 
Asignatura: Literatura hispanoamericana del siglo XX


Estudiante: Hristiana Bobeva,
Número de facultad: 41561

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Horacio Quiroga nace en 1878 en Uruguay donde vive hasta los 23 años de edad. Luego de matar accidentalmente a su mejor amigo, se traslada a Argentina donde vive hasta el final de su vida. Decisivo para él resulta el viaje con Leopoldo Lugones hacia la selva en la provincia de Misiones. Tres años después, él decide instalarse definitivamente allí, comprando unas tierras sobre la orilla del río Alto Paraná que está presente en sus Cuentos de amor, de locura y de muerte.
¿Por qué un hombre con una posición social respetable y una vida holgada, sin nada de preocupaciones económicas, decide abandonar todas las comodidades del mundo “civilizado” e irse a vivir en la selva, con sus constantes peligros? Durante la expedición, organizada por Lugones, Quiroga se da cuenta de que la selva es lo que necesita para poder expresar en su obra literaria el mundo que lleva dentro, esta región fronteriza e inclemente es la que le alimenta el alma. En los cuentos de este período, marcado por la exuberante y cruel naturaleza de la selva, el escritor utiliza un lenguaje “imperfecto” desde el punto de vista de los cánones literarios, para recrear con verosimilitud un mundo también imperfecto, violento e inhumano. La muerte para él no es sino una amenaza constante para su obra, para lo que le queda por decir. Según sus propias palabras, cuando ya considera que lo ha dicho todo, empieza a ver la muerte desde una perspectiva diferente. Después del trágico accidente con su amigo ya mencionado, después de haber presenciado el suicidio de su padrastro (su padre muere en un accidente de caza), después de que su segunda mujer también se suicida, por no poder soportar la dura vida en la selva, Quiroga se quita la vida a los 59 años.
Los cuentos, objeto de este trabajo, forman parte de su libro Cuentos de amor, de locura y de muerte, publicado en 1917. La época en la que aparece el libro es de transición en la literatura. Conviven en Hispanoamérica distintas maneras de escribir cuentos. Está la corriente modernista (Rubén Darío, Gutiérrez Nájera) para la que la forma, el lenguaje mismo, es lo esencial. Pero también empieza a observarse una modernización en la que el contenido cobra más importancia. En muchos de los cuentos, el personaje es escritor o poeta, que reflexiona sobre la escritura. La gran paradoja es que el “Nuevo mundo” y su literatura se están modernizando mediante el modelo francés de la decadencia. Quiroga escribe sobre personajes marginados (campesinos, viudas, etc.) y constituye el cuento como lo conocemos hoy en día: con conflicto, desarrollo de la acción, reacción de los personajes, solución, y todo esto en el marco de la unidad temática.
El primer cuento, “A la deriva”, tiene como tema principal la eterna obsesión de Quiroga, es decir, la muerte, presentada como un hecho azaroso y repentino. El personaje principal es un hombre, uno secundario es la mujer de este, y hay también un personaje tácito, antiguo amigo del protagonista. Desde el título nos damos cuenta de que el texto nos presentará la inclemencia de la naturaleza con un hombre indefenso, que está a la deriva. Sabiendo que la selva es siempre cruel con los personajes del escritor, incluso podríamos adivinar el final. En el mismo principio, sin ningún tipo de introducción, somos testigos de cómo una víbora muerde al protagonista. No tenemos tiempo de retomar el aliento, las cosas suceden en un abrir y cerrar de ojos. Aunque el hombre conoce la inclemencia del ambiente - es un nativo - no se desespera por la mordedura, sino que, con todas sus energías y ganas de vivir, va a su casa para saciar la sed que lo invade con caña. Mientras tanto, el lector presencia el rápido e irreversible proceso del envenenamiento, predomina el léxico expresivo, que hace constante alusión al fuego: “fulgurantes puntadas”, “relámpagos”, “sed quemante”, “dolor agudo”, “monstruosa hinchazón”, “devoraba”. Esta fuerte sensación de ahogamiento casi físico que Quiroga magistralmente infunde al lector, es reforzada por la narración de las acciones con verbos en pretérito indefinido.
A pesar de su estado que va empeorando minuto a minuto, el hombre tiene fuerzas para regañar a su mujer, todavía no queriendo aceptar la gravedad de la situación. El primer choque para él es cuando se da cuenta de que no siente el sabor de la caña y su sed no se sacia, sino que se vuelve aún más quemante. No obstante, arrastrándose apenas, el protagonista sigue tenaz en su lucha contra la muerte, a pesar del “lustre gangrenoso” de su pierna, a pesar de “los dolores fulminantes” y la “atroz sequedad de garganta”. Cuando intenta ponerse de pie, “un fulminante vómito” no se lo permite, pero ni después de esto se da por vencido. Sus ganas de vivir, las más humanas de todas, lo mantienen fuerte y a los lectores nos parece que podría salvarse. Con “sombría energía”, “manos dormidas” y “un nuevo vómito – de sangre”, él va en busca de un antiguo amigo suyo. Han tenido discrepancias en el pasado pero el hombre espera que, por misericordia humana, su amigo le ayude. Sin embargo, en la inclemente naturaleza la misericordia no existe. La indiferencia del prójimo está en unísono con la naturaleza: “En el silencio de la selva no se oyó un solo rumor.” La corriente se apodera de él y lo lleva “velozmente a la deriva”. El río, en general símbolo de la vida, es “fúnebremente” encajonado en su lecho. Para el lector todo está claro ya, no hay esperanza para el hombre. Pero este, en su mente, sigue la lucha por la vida y confunde los instantes previos a la muerte con una mejoría. Somos testigos de la tragedia de un ser vivo que se niega a morir, pero su destino es este, además, su cuerpo ya no puede luchar. Parece que, hasta su último aliento, el protagonista no se dé cuenta de que se está muriendo.
La trilogía territorial del cuento también es interesante. El hombre se deja llevar por la corriente hasta la costa brasileña para pedir ayuda, pero al arrastrarle el río a la deriva, la lancha se queda entre las costas argentina y paraguaya, unidas por la línea imaginaria trazada por el vuelo de los guacamayos. Esta es también la frontera entre la vida y la muerte, donde reina la agonía.
La elipsis en la penúltima oración, “--Un jueves...” representa de manera gráfica el último respiro del envenenado, lo que viene confirmado por el breve final: “Y cesó de respirar.” En este cuento para Quiroga es esencial que presenciemos la terrible agonía de un ser humano que está condenado a muerte desde el título.
El segundo cuento, “Nuestro primer cigarro”, aunque es parte del mismo libro, es bien diferente. No obstante, se podrían trazar paralelos en ciertos aspectos. Por ejemplo, el tema de nuevo está claro desde el título: el primer encuentro de unos chicos, a lo mejor, con el vicio de los adultos de fumar. Esta es la base en torno a la que se desarrolla la acción. También está presente la muerte, de varias maneras que estudiaremos en adelante. Los personajes principales son Eduardo, de ocho años, y su hermana, su tío, su tía muerta, su madre y algunos parientes más.
El cuento es realista, como casi todos de este libro, con algunos elementos costumbristas: por ejemplo, el tío que quiere educar a los hijos de su hermana enviudada. Con esta situación se presenta también la sociedad moderna: la madre educa sola a sus hijos y su hermano, tratando de restablecer la armonía familiar, “choca” con su rebelde sobrino y de esta manera los dos se convierten en los catalizadores del conflicto, obligatorio en los cuentos de Quiroga.
Cosa que salta a la vista desde la primera oración es la macabra ironía con la que el protagonista recuerda la época en la que murió su tía. Teniendo en cuenta las trágicas muertes que marcan a Quiroga desde muy temprana edad, podríamos hacer un análisis freudiano para entender mejor por qué este morbo de los chicos con la muerte, por qué hasta se tienen envidia unos a otros cuando un familiar muere. Para ellos esto no significa ni dolor, ni pérdida. Es cuando, aprovechando la preocupación de los mayores, los chicos son libres para descubrir nuevos territorios, nuevos vicios...
En este cuento, igual que en el anterior, aunque de una forma mucho más concisa, somos testigos de cómo la enfermedad se apodera de la tía. El diálogo corto entre ella y su hermana, la madre de nuestros protagonistas, es significativo porque desde el principio sabemos que ella muere, pero para el autor es importante que la veamos antes de morir, cuando ya está enferma pero apenas se da cuenta. El lenguaje con el que se describe el pánico que provoca la viruela de la tía tiene efectos auditivos para el lector: “fuerte agitación..., puertas que se abrían y no se cerraban, diálogos cortados de exclamaciones, y semblantes asustados.” La sensación de pánico, creada mediante el léxico, se refuerza por la ausencia de actualización en la enumeración del protagonista, un fenómeno estilístico que apunta a la esencia de las cosas y no a su mera existencia.
Los espacios de este cuento también deben ser mencionados. Aquí tenemos una oposición entre el espacio de la casa, representación de la urbanidad, de la modernidad, y el de la quinta, con la tupida vegetación, que parece un paraíso terrenal y es una vuelta atrás en el tiempo para los chicos. El cañaveral es la selva pequeña de los dos hermanos y es allí, no en el espacio urbano, donde descubren el vicio de fumar. Llevan el tabaco desde la casa hasta “la selva”. Este hecho, una travesura inocente a primera vista, es simbólico: con la civilización moderna, ni la selva virgen se puede salvar de los vicios reinantes en el “mundo desarrollado”. En este cuento la naturaleza es cómplice en las aventuras de los chicos, no una constante amenaza a la vida sino todo lo contrario: la Madre Naturaleza les protege de la crueldad del tío, encarnación del orden y la civilización.
La acción de fumar es tratada a la manera de Baudelaire: el tabaco crea un paraíso artificial, un mundo nuevo que el chico explora, al mismo tiempo que se conoce más a sí mismo. He aquí otro ejemplo de la fuerte influencia francesa en la literatura hispanoamericana de la época.
La obsesión de Quiroga con la muerte no está presente sólo por medio de la tía que muere al principio. Al estar perseguido por su tío, Eduardo se esconde en el cañaveral, haciendo creer a todos que se ha tirado al pozo, suicidándose para que no le pegara su tío. El muchacho no tiene ningún remordimiento por causar tal dolor a su madre porque, como dice él mismo, “estaba en verdad vivo y bien vivo, jugando simplemente en mis ocho años con la emoción, a manera de los grandes que usan de las sorpresas semitrágicas...” Lo único que le importa es vengarse de su tío. Esta actitud a sangre fría por parte de un chico de primaria, pone los pelos en punta, nos hace pensar que a veces la crueldad de los niños es mayor que la de los adultos. Casi al final del cuento, al fumar demasiado en su escondite, Eduardo pierde la conciencia. El autor nos hace creer que, engañando a todos que está muerto, el chico se mata de verdad con el tabaco. De nuevo hay una representación gráfica, una línea entera de puntos suspensivos, que alude al cardiograma de línea recta de un muerto. Sin embargo, el chico se recupera. Su tío le advierte que dirá la verdad a su hermana, pero Eduardo lo amenaza con tirarse al pozo, esta vez de verdad. Y lo horrible consiste en que, con sólo ocho años, nuestro pequeño protagonista tiene una mirada suicida que asusta a su tío. Al recordar todo esto, el protagonista se pregunta con ironía: “Los ojos de un joven suicida que fumó heroicamente su pipa, ¿expresan acaso desesperado valor?”
Es curioso que los dos cuentos, tan diferentes en cuando a temática, estilo e incluso extensión, terminan de una manera, hasta cierto punto, similar. En “A la deriva” era “Y cesó de respirar.”, aquí: “Y me dormí.” Aunque de contenido diferente, las dos oraciones tienen una estructura idéntica: la conjugación “y” que une todo lo sucedido con el final brusco, y un verbo en pretérito indefinido que pone fin de una manera inmediata.
Los dos cuentos, brevemente analizados aquí, trazan un cuadro pequeño pero íntegro de algunos aspectos en la obra de Horacio Quiroga. La muerte no tiene piedad cuando haya elegido a su víctima que por mucho que luche, no tiene ninguna posibilidad de salvarse. Los chicos disfrutan de la muerte de un pariente lejano, se enorgullecen ante sus amigos por esta tragedia que ha acaecido a la familia. La naturaleza, siempre cruel con el hombre, es también su víctima porque él lleva allí a sus vicios desde pequeño. Los espacios en los cuentos están siempre bien definidos, a veces en oposición entre sí. Pero lo esencial es la muerte, un hecho repentino y breve en sí que está precedido de una lenta y dolorosa agonía, sea un envenenamiento o una enfermedad.
 
© Hristiana Bobeva, 2018

 BIBLIOGRAFÍA

Quiroga Horacio, Cuentos, Edición de Leonor Fleming, Madrid, -CATEDRA- Letras Hispánicas, 2001

Quiroga Horacio, Cuentos de amor, de locura y de muerte. Cuentos de la selva, Barcelona, Edicomunicación, 1999

Vucheva Evgenia, Estilística del español actual, Sofía, Editorial Universitaria “San Clemente de Ojrid”, 2008
http://youtu.be/lI7vHbX5T88 De la colección “Claves de lectura”, consultado el 8 de enero de 2014.



Sunday, February 11, 2018

Los personajes femeninos y el destino del hombre en la poesía de Federico García Lorca (“Elegía a doña Juana la Loca”, “Elegía”, “Balada de un día de julio”, “Si mis manos pudieran deshojar”, “Alba”)



 Universidad de Sofía “San Clemente de Ojrid”


Facultad de Filologías clásicas y modernas




Departamento de Estudios Iberoamericanos

Carrera de Filología Hispánica

Asignatura: Literatura española del siglo XX



Estudiante: Hristiana Bobeva,
Número de facultad: 41561


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En el prólogo de su Libro de poemas, García Lorca con claridad explica el objetivo de este primer libro suyo: «Ofrezco en este libro […] la imagen exacta de mis días de adolescencia y juventud, esos días que enlazan el instante de hoy con mi misma infancia reciente. / En estas páginas desordenadas va el reflejo fiel de mi corazón y mi espíritu […]» Y aunque, por ser juveniles y, por lo tanto, influenciados por sus maestros, Béquer, Rubén Darío, Machado, Juan Ramón Jiménez, los poemas que forman parte de este libro ya reflejan la originalidad en el manejo de la metáfora y el rico mundo de símbolos, tan característico de García Lorca.
En cuanto al tema, el destino del hombre en general y el de las mujeres, en particular, es uno – la muerte, que llega después de los sufrimientos del alma durante vida. Las mujeres en su poesía son viudas o mártires sin amor. Cierta deshumanización en sus poemas García Lorca logra mediante unas metáforas sumamente abstractas, simbólicas, que combinan cosas, incompatibles a primera vista (por ej. “lotos de saetas”, de “Elegía”). Sin embargo, en general, el poeta tiene un punto de vista sobre el arte del todo opuesto al de Ortega y Gasset (José Ortega y Gasset, Obras completas, Tomo III, “La deshumanización del arte”, Taurus. Santillana Ediciones Generales S.L., Madrid, 2010). Dice Lorca: “La imaginación poética viaja y transforma las cosas, les da su sentido más puro y define relaciones que no se sospechaban; pero siempre, siempre, siempre opera sobre hechos de la realidad más neta y precisa. Está dentro de nuestra lógica humana, controlada por la razón, de la que no puede desprenderse. Su manera especial de crear necesita del orden y del límite.” (Imaginación, inspiración, evasión). Esto es el arte para él, la imaginación limitada del hombre, estrechamente relacionada con su mente y su modo de ver el mundo. Así pues, vemos que Lorca sostiene una teoría que nada tiene que ver con las ideas del filósofo sobre la deshumanización del arte, que guiaban a la mayoría de los vanguardistas. No obstante, cada lector encuentra para sí mismo su punto de vista acerca de la obra del gran poeta.
El primer poema, objetivo de este trabajo, es “Elegía a doña Juana la Loca” que Lorca dedica a Melchor Fernández Almagro, un amigo suyo de Granada, que conoce al instalarse en la Residencia de Estudiantes en Madrid. El poema cuenta, a través de la imaginación poética de su autor, que ya mencionamos en la introducción, el destino trágico de la reina de Castilla, Juana la Loca, una de las hijas de Los Reyes Católicos. Tras morir su esposo, el rey de Francia, Felipe el Hermoso, en 1506, el estado mental de la reina empeora hasta el punto de que ella ya no pueda gobernar. Desde el primer verso se plantea su mayor tragedia: “Princesa enamorada sin ser correspondida. /Clavel rojo en un valle profundo y desolado.” En los primeros cuatro versos aparecen símbolos significativos del amor como martirio - el clavel, y de la muerte - la tumba, el mármol. La princesa era pura e inocente durante su vida, como una paloma, pero derramando su fuego y sus ansias sobre el “cáliz de nieve” del amor no correspondido, se rompe las alas. De esta manera se hace alusión al matrimonio de constantes peleas y celos que tuvieron Juana y Felipe. Su amor sigue afirmándose como imposible.
En la tercera estrofa hay un fuerte contraste entre los símbolos de la princesa, del refinamiento de la mujer de alta alcurnia: “flores, versos y collares de perlas”, y lo que viene a ser la ofrenda que le hace la Muerte: “rosas marchitas en un ramo” (símbolo del amor apasionado, pero no realizado). Aparecen también dos mujeres-símbolo del amor trágico: Isabel de Segura (de una leyenda aragonesa de Teruel, que muere al ver muerto a su amado y la razón es que ella le niega un beso para no faltar a su legítimo marido) y Melibea, de la obra dramática de Fernando de Rojas, más conocida como “La celestina”. El canto de la princesa, comparada con una alondra, símbolo de la alegría y la vitalidad se vuelve “monótono y amargo”, relacionándose con “las lentas campanas” que tocan a muerte. Su grito de sufrimiento estremece la capital de su reino y su locura, jamás mencionada de forma directa, está del todo justificada, por no gozar de un amor feliz. La pasión que tiene es la verdaderamente española: fuerte y algo violenta, pero hasta la labor más típica para una mujer, la de hilar, queda frustrada: “la rueca de hierro y de acero lo hilado”. Esta labor femenina se vuelve agobiante y hasta peligrosa, cual un arma que pronto le causará la muerte.
Aunque ha nacido para amar y ser amada, nunca pudo formar una familia feliz: en vez del amor suave y delicado del laúd, tuvo el grosero y cruel de la trompeta. Estaba hecha para “mirar los eternos jardines de la sombra”, símbolo de la muerte, pero, en realidad, ella se ha adentrado allí por ser engañada, por tener el “amor desgraciado” que caracteriza todos los personajes femeninos de García Lorca. La muerte está presente en casi cada línea del poema, al final aparece también “el jardín callado”, sin las risas alegres de sus hijos, que añade un trazo trágico más al cuadro de la constante y eterna tortura de la joven reina. Juana tuvo con Felipe seis hijos, pero estos quedan omitidos del todo en el poema para subrayar la importancia que tuvo para ella el amor de su esposo, que siempre le faltó.
La estructura circular se cierra con la repetición de la primera estrofa, con la siniestra personificación de la tumba (la muerte) que “ha abierto sobre el mármol” sus ojos.
La tragedia de la mujer en “Elegía” es similar a la del poema anterior, aunque podríamos afirmar que es aún mayor. El personaje femenino es una virgen mártir que no sólo no ha conocido el amor feliz, ella ni sabe lo que es el amor, lo que es ser madre, es decir, ser una mujer realizada que ha cumplido con la ley de la Naturaleza. Sus posibilidades de maternidad y amor no han sido aprovechadas y ella está condenada a la soledad y la amargura desde el principio del poema. Aparece uno de los símbolos más característicos de la muerte en García Lorca: el “nardo marchito”, en un fuerte contraste con “la tarde luminosa y clara”. Este motivo de la soltería aparecerá también en las obras ya maduras del poeta (los dramas “Yerma” o “Doña Rosita, la soltera”).
La virginidad en el poema está descrita de una manera espeluznante:

Llevas en la boca tu melancolía
de pureza muerta, y en la dionisíaca
copa de tu vientre la araña teje
el velo infecundo que cubre la entraña
nunca florecida con las vivas rosas,
fruto de los besos.

El símbolo del fruto del amor, el cáliz, está cubierto por la telaraña de la infecundidad, nunca ha tenido la mujer “vivas rosas”, es decir amor, en su vida. Se parece a un templo viejo que jamás ha tenido devotos que lo visiten. Aparecen también dos diosas de la fecundidad: la diosa romana Ceres y la Virgen María, que podrían representar respectivamente el amor carnal y apasionado y el puro e inmaculado por la concepción. Pero los dos tipos son igual de imposibles para el personaje del poema. La condena es que ella se marchite como las flores delicadas y bellas que al morir se vuelven feas y repugnantes. Es una mujer a la vez ardiente (“ébano”, “moreno”) y pura (“nardo”, “cisne”). Por la castidad, tan propagada por el catolicismo como una virtud, ella es una “mártir andaluza” que no tiene amor, a la que nadie mira ya.  Es el reflejo de Andalucía y por mucho que sufra, tiene que guardárselo todo para sí misma y esconderse detrás del abanico y la mantilla. Se la compara con dos vírgenes mártires que fueron asesinadas por los romanos por ser cristianas: santa Inés y santa Cecilia y también con otra santa, Clara, fundadora de la Orden de las Hermanas Clarisas. Ella mira por la ventana el símbolo de la fecundidad, la lluvia, mientras se oyen “los clamores/ turbios y confusos de unas campanadas” que anuncian la muerte en la obra de Lorca.
El amor nunca llegó a su vida, pero, sin embargo, ella lo sigue esperando porque, aun siendo vieja lo necesita. Su cuerpo ya envejecido se convierte en su constante tortura porque no le permite convertir en realidad el anhelo de su alma todavía joven. Morirá sin haber conocido emoción verdadera y su inmensa tristeza podrá hasta eclipsar las estrellas que en la poesía del poeta son símbolo de la pasión fuerte, todavía viva o ya muerta.
En Balada de un día de julioLorca rinde homenaje a las tradiciones folklóricas. El poema entero recuerda a las serranillas renacentistas. Por otra parte, varios versos son directamente tomados de canciones populares: “Esquilones de plata llevan los bueyes” y “¿Qué llevas en el pecho... niña?”. El ritmo es de un juego de niños antiguo en el que en el centro está “la viudita” cantando y, a su alrededor, los otros niños le responden y bailan en círculo. Esta obra de García Lorca es una de las pocas en las que el amor está representado, hasta cierto punto, como un inocente juego de niños. El motivo de la viuda muy joven aparecerá también en una obra de teatro del poeta que nunca se llegará a estrenar, La viudita que se quería casar.
Aparece un doble símbolo de la muerte, “el caballero errante de los cipreses”, que nunca llegará a su destino porque antes, como él mismo dice a la niña, la muerte se lo llevará. Este se contrapone a “El Conde de los Laureles” a quien la niña busca: el laurel es símbolo de la alegría, por ser la flor del dios del Sol Apolo. La viudita le ofrece una noche de pasión, pero el caballero se niega, llamándola Isis - la diosa de la mitología del Antiguo Egipto que resucita a su hermano y marido, Osiris. Al final la niña sigue su camino y el protagonista masculino muere, su corazón desangrándose por las heridas que le han dejado los amores desgraciados.
En el poema Si mis manos pudieran deshojar...el personaje se siente vacío ya que el amor que antes tenía se ha esfumado de su corazón. Lo evoca por la noche, el período en el que los personajes de Lorca están más tranquilos. Pero él no lo está y su tragedia consiste en que el nombre de su amada no le provoca ningún sentimiento, sólo enloquece por evocar los recuerdos y el amor ya pasado. Esto le causa un profundo dolor, más que “la mansa lluvia” que hiere con su monotonía. El mismo motivo aparece también en el poema “Lluvia”, también parte del Libro de poemas, donde este fenómeno de la naturaleza despierte diferentes tipos de emociones en el personaje.
El que antes estuvo enamorado, ahora se tortura a sí mismo, haciéndose preguntas a las que no puede hallar la respuesta: si su corazón tiene la culpa, si amará de nuevo. La única solución que encuentra es imposible, “deshojar a la luna”, único testigo del amor en la noche.
El poema Albahace alusión al nuevo día, al nacimiento de la esperanza, pero esta interpretación se vuelve totalmente contraria al leerlo. Hay una asonancia entre el mundo interior del personaje y el brote del nuevo día. La luz diurna lo entristece aún más y le vuelve melancólico. Por ser la noche el período en el que el personaje se siente más cómodo, ella es la que con el día oculta el mundo y no al revés. Está desesperado y exclama que no puede vivir en esta luz, siendo su alma “llena de noche”, la luz del día lo ciega, le causa un profundo dolor. Con el paralelismo sintáctico “¡Qué haré yo...!” se subraya la desesperación del personaje que ha perdido a su amada porque la muerte se le ha arrebatado. El único calor, la única luz grata para él ha sido la mirada de la amada.
Al final del poema de nuevo aparece la estrella como símbolo de la fuerte pasión. Pero aquí está apagada: al morir la amada, su alma también ha muerto con ella, trasladándose en la eterna noche, una noche en la que ni siquiera hay estrellas. Por eso el nuevo día le causa tanto dolor: le arrebata la posibilidad que le da la noche - la de vivir el doloroso amor con un goce agridulce, y sus bellos fantasmas del pasado, que viven al morir el día, se esfuman.
Para concluir, el destino de las mujeres y los hombres en la poesía de Federico García Lorca es el de vivir muriendo por no tener amor. Hay mujeres que conocen el sentimiento más bello del mundo, pero este no está correspondido, le responden con engaño y el grito de muerte de la paloma enamorada estremece ciudades enteras, el último canto de la alondra empieza a sonar como las campanas que anuncian la muerte (“Elegía a doña Juana la Loca”).
Otra tragedia es la de la virgen que es una mártir, y no una santa, por no cumplir con la ley de Dios de dar vida. Este es un motivo muy novedoso y actual en la poesía de Lorca que se rebela contra las leyes severas del catolicismo que condenan a muchas mujeres a morir sin haber conocido el amor. Por lo tanto, también el final es cruel: la flor suave y bonita se marchita y se vuelve fea por la falta de emociones (“Elegía”).
Un tercer tipo de tragedia es la de la joven viuda, que ha perdido un amor y con valor busca a otro. Aunque en su camino ella se encuentra con la muerte, hay cierta esperanza porque ella es joven y puede volver a encontrar el amor, la esperanza se esconde también en el género que usa el poeta: una balada y no una elegía (“Balada de un día de julio”).
Hay también hombres que sufren por amor, unos porque el sentimiento se les ha apagado en el corazón y se sienten vacíos (“Si mis manos pudieran deshojar”) y otros, cuya amada les ha sido arrebatada por la muerte, sufren del dolor que les causa la luz cegadora del día (“Alba”).
En los cinco poemas podemos observar los múltiples aspectos de la falta de amor. Personajes con destinos diferentes en el fondo sufren de lo mismo: su vida es una constante tortura porque al faltar el amor, uno vive en la más oscura noche y sólo la luz suave de la mirada de un nuevo amor le puede devolver a la vida. Por desgracia, muy pocos tienen esta esperanza.  
© Hristiana Bobeva, 2018


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BIBLIOGRAFÍA:
GARCÍA LORCA, Federico, Book of poems (selection)/Libro de poemas     selección), A Dual-Language Book, edited and translated by Stanley    Appelbaum, DOVER PUBLICATIONS, INC., Mineola, New York, 2004

ГАРСИА ЛОРКА, Ф. Избраное, (на исп. яз.), составление и предисловие:          Г.В. Степанова, издательство ПРОГРЕСС, Москва, 1979

RICO, Francisco, Historia y crítica de la literatura española, SÁNCHEZ   VIDAL, Agustín, 7. Época contemporánea: 1914-1939, CRÍTICA,        Grijalbo Mondatori, Barcelona, 1995

RICO, Francisco, Historia y crítica de la literatura española, SÁNCHEZ     VIDAL, Agustín, 7. Época contemporánea: 1914-1939, primer      suplemento, CRÍTICA, Grijalbo Mondatori, Barcelona, 1995

ARANGO, Manuel Antonio, Símbolo y simbología en la obra de Federico García Lorca, Espiral Hispanoamericana, FUNDAMENTOS, Madrid,     1995
http://federicogarcialorca.net/index.htm (Biografía y obras completas de Federico García Lorca)