Facultad de Filologías clásicas y modernas
Departamento de Estudios Iberoamericanos
Asignatura: Literatura hispanoamericana del siglo XX
Estudiante:
Hristiana Bobeva,
Número
de facultad: 41561
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Horacio Quiroga nace en 1878 en Uruguay donde vive hasta los 23 años de edad. Luego de matar accidentalmente a su mejor amigo, se traslada a Argentina donde vive hasta el final de su vida. Decisivo para él resulta el viaje con Leopoldo Lugones hacia la selva en la provincia de Misiones. Tres años después, él decide instalarse definitivamente allí, comprando unas tierras sobre la orilla del río Alto Paraná que está presente en sus Cuentos de amor, de locura y de muerte.
Horacio Quiroga nace en 1878 en Uruguay donde vive hasta los 23 años de edad. Luego de matar accidentalmente a su mejor amigo, se traslada a Argentina donde vive hasta el final de su vida. Decisivo para él resulta el viaje con Leopoldo Lugones hacia la selva en la provincia de Misiones. Tres años después, él decide instalarse definitivamente allí, comprando unas tierras sobre la orilla del río Alto Paraná que está presente en sus Cuentos de amor, de locura y de muerte.
¿Por qué un hombre con una posición social respetable
y una vida holgada, sin nada de preocupaciones económicas, decide abandonar
todas las comodidades del mundo “civilizado” e irse a vivir en la selva, con
sus constantes peligros? Durante la expedición, organizada por Lugones, Quiroga
se da cuenta de que la selva es lo que necesita para poder expresar en su obra
literaria el mundo que lleva dentro, esta región fronteriza e inclemente es la
que le alimenta el alma. En los cuentos de este período, marcado por la exuberante
y cruel naturaleza de la selva, el escritor utiliza un lenguaje “imperfecto”
desde el punto de vista de los cánones literarios, para recrear con
verosimilitud un mundo también imperfecto, violento e inhumano. La muerte para
él no es sino una amenaza constante para su obra, para lo que le queda por
decir. Según sus propias palabras, cuando ya considera que lo ha dicho todo,
empieza a ver la muerte desde una perspectiva diferente. Después del trágico
accidente con su amigo ya mencionado, después de haber presenciado el suicidio
de su padrastro (su padre muere en un accidente de caza), después de que su
segunda mujer también se suicida, por no poder soportar la dura vida en la
selva, Quiroga se quita la vida a los 59 años.
Los cuentos, objeto de este trabajo, forman parte de
su libro Cuentos de amor, de locura y de muerte, publicado en 1917. La época
en la que aparece el libro es de transición en la literatura. Conviven en
Hispanoamérica distintas maneras de escribir cuentos. Está la corriente
modernista (Rubén Darío, Gutiérrez Nájera) para la que la forma, el lenguaje
mismo, es lo esencial. Pero también empieza a observarse una modernización en
la que el contenido cobra más importancia. En muchos de los cuentos, el
personaje es escritor o poeta, que reflexiona sobre la escritura. La gran paradoja
es que el “Nuevo mundo” y su literatura se están modernizando mediante el
modelo francés de la decadencia. Quiroga escribe sobre personajes marginados (campesinos,
viudas, etc.) y constituye el cuento como lo conocemos hoy en día: con
conflicto, desarrollo de la acción, reacción de los personajes, solución, y
todo esto en el marco de la unidad temática.
El primer cuento, “A la deriva”, tiene como tema
principal la eterna obsesión de Quiroga, es decir, la muerte, presentada como
un hecho azaroso y repentino. El personaje principal es un hombre, uno
secundario es la mujer de este, y hay también un personaje tácito, antiguo
amigo del protagonista. Desde el título nos damos cuenta de que el texto nos
presentará la inclemencia de la naturaleza con un hombre indefenso, que está a
la deriva. Sabiendo que la selva es siempre cruel con los personajes del
escritor, incluso podríamos adivinar el final. En el mismo principio, sin
ningún tipo de introducción, somos testigos de cómo una víbora muerde al
protagonista. No tenemos tiempo de retomar el aliento, las cosas suceden en un
abrir y cerrar de ojos. Aunque el hombre conoce la inclemencia del ambiente -
es un nativo - no se desespera por la mordedura, sino que, con todas sus
energías y ganas de vivir, va a su casa para saciar la sed que lo invade con
caña. Mientras tanto, el lector presencia el rápido e irreversible proceso del
envenenamiento, predomina el léxico expresivo, que hace constante alusión al
fuego: “fulgurantes puntadas”, “relámpagos”, “sed quemante”, “dolor agudo”, “monstruosa
hinchazón”, “devoraba”. Esta fuerte sensación de ahogamiento casi físico que
Quiroga magistralmente infunde al lector, es reforzada por la narración de las
acciones con verbos en pretérito indefinido.
A pesar de su estado que va empeorando minuto a minuto,
el hombre tiene fuerzas para regañar a su mujer, todavía no queriendo aceptar
la gravedad de la situación. El primer choque para él es cuando se da cuenta de
que no siente el sabor de la caña y su sed no se sacia, sino que se vuelve aún
más quemante. No obstante, arrastrándose apenas, el protagonista sigue tenaz en
su lucha contra la muerte, a pesar del “lustre gangrenoso” de su pierna, a
pesar de “los dolores fulminantes” y la “atroz sequedad de garganta”. Cuando
intenta ponerse de pie, “un fulminante vómito” no se lo permite, pero ni después
de esto se da por vencido. Sus ganas de vivir, las más humanas de todas, lo
mantienen fuerte y a los lectores nos parece que podría salvarse. Con “sombría
energía”, “manos dormidas” y “un nuevo vómito – de sangre”, él va en busca de
un antiguo amigo suyo. Han tenido discrepancias en el pasado pero el hombre
espera que, por misericordia humana, su amigo le ayude. Sin embargo, en la
inclemente naturaleza la misericordia no existe. La indiferencia del prójimo
está en unísono con la naturaleza: “En el silencio de la selva no se oyó un
solo rumor.” La corriente se apodera de él y lo lleva “velozmente a la deriva”.
El río, en general símbolo de la vida, es “fúnebremente” encajonado en su
lecho. Para el lector todo está claro ya, no hay esperanza para el hombre. Pero
este, en su mente, sigue la lucha por la vida y confunde los instantes previos
a la muerte con una mejoría. Somos testigos de la tragedia de un ser vivo que
se niega a morir, pero su destino es este, además, su cuerpo ya no puede
luchar. Parece que, hasta su último aliento, el protagonista no se dé cuenta de
que se está muriendo.
La trilogía territorial del cuento también es
interesante. El hombre se deja llevar por la corriente hasta la costa brasileña
para pedir ayuda, pero al arrastrarle el río a la deriva, la lancha se queda
entre las costas argentina y paraguaya, unidas por la línea imaginaria trazada
por el vuelo de los guacamayos. Esta es también la frontera entre la vida y la
muerte, donde reina la agonía.
La elipsis en la penúltima oración, “--Un jueves...”
representa de manera gráfica el último respiro del envenenado, lo que viene
confirmado por el breve final: “Y cesó de respirar.” En este cuento para
Quiroga es esencial que presenciemos la terrible agonía de un ser humano que
está condenado a muerte desde el título.
El segundo cuento, “Nuestro primer cigarro”, aunque es
parte del mismo libro, es bien diferente. No obstante, se podrían trazar
paralelos en ciertos aspectos. Por ejemplo, el tema de nuevo está claro desde
el título: el primer encuentro de unos chicos, a lo mejor, con el vicio de los
adultos de fumar. Esta es la base en torno a la que se desarrolla la acción.
También está presente la muerte, de varias maneras que estudiaremos en
adelante. Los personajes principales son Eduardo, de ocho años, y su hermana,
su tío, su tía muerta, su madre y algunos parientes más.
El cuento es realista, como casi todos de este libro,
con algunos elementos costumbristas: por ejemplo, el tío que quiere educar a
los hijos de su hermana enviudada. Con esta situación se presenta también la
sociedad moderna: la madre educa sola a sus hijos y su hermano, tratando de restablecer
la armonía familiar, “choca” con su rebelde sobrino y de esta manera los dos se
convierten en los catalizadores del conflicto, obligatorio en los cuentos de
Quiroga.
Cosa que salta a la vista desde la primera oración es
la macabra ironía con la que el protagonista recuerda la época en la que murió
su tía. Teniendo en cuenta las trágicas muertes que marcan a Quiroga desde muy
temprana edad, podríamos hacer un análisis freudiano para entender mejor por
qué este morbo de los chicos con la muerte, por qué hasta se tienen envidia
unos a otros cuando un familiar muere. Para ellos esto no significa ni dolor,
ni pérdida. Es cuando, aprovechando la preocupación de los mayores, los chicos
son libres para descubrir nuevos territorios, nuevos vicios...
En este cuento, igual que en el anterior, aunque de
una forma mucho más concisa, somos testigos de cómo la enfermedad se apodera de
la tía. El diálogo corto entre ella y su hermana, la madre de nuestros
protagonistas, es significativo porque desde el principio sabemos que ella muere,
pero para el autor es importante que la veamos antes de morir, cuando ya está
enferma pero apenas se da cuenta. El lenguaje con el que se describe el pánico
que provoca la viruela de la tía tiene efectos auditivos para el lector: “fuerte
agitación..., puertas que se abrían y no se cerraban, diálogos cortados de
exclamaciones, y semblantes asustados.” La sensación de pánico, creada mediante
el léxico, se refuerza por la ausencia de actualización en la enumeración del
protagonista, un fenómeno estilístico que apunta a la esencia de las cosas y no
a su mera existencia.
Los espacios de este cuento también deben ser
mencionados. Aquí tenemos una oposición entre el espacio de la casa,
representación de la urbanidad, de la modernidad, y el de la quinta, con la
tupida vegetación, que parece un paraíso terrenal y es una vuelta atrás en el
tiempo para los chicos. El cañaveral es la selva pequeña de los dos hermanos y
es allí, no en el espacio urbano, donde descubren el vicio de fumar. Llevan el
tabaco desde la casa hasta “la selva”. Este hecho, una travesura inocente a
primera vista, es simbólico: con la civilización moderna, ni la selva virgen se
puede salvar de los vicios reinantes en el “mundo desarrollado”. En este cuento
la naturaleza es cómplice en las aventuras de los chicos, no una constante
amenaza a la vida sino todo lo contrario: la Madre Naturaleza les protege de la
crueldad del tío, encarnación del orden y la civilización.
La acción de fumar es tratada a la manera de Baudelaire:
el tabaco crea un paraíso artificial, un mundo nuevo que el chico explora, al
mismo tiempo que se conoce más a sí mismo. He aquí otro ejemplo de la fuerte
influencia francesa en la literatura hispanoamericana de la época.
La obsesión de Quiroga con la muerte no está presente
sólo por medio de la tía que muere al principio. Al estar perseguido por su
tío, Eduardo se esconde en el cañaveral, haciendo creer a todos que se ha
tirado al pozo, suicidándose para que no le pegara su tío. El muchacho no tiene
ningún remordimiento por causar tal dolor a su madre porque, como dice él
mismo, “estaba en verdad vivo y bien vivo, jugando simplemente en mis ocho años
con la emoción, a manera de los grandes que usan de las sorpresas
semitrágicas...” Lo único que le importa es vengarse de su tío. Esta actitud a
sangre fría por parte de un chico de primaria, pone los pelos en punta, nos
hace pensar que a veces la crueldad de los niños es mayor que la de los
adultos. Casi al final del cuento, al fumar demasiado en su escondite, Eduardo
pierde la conciencia. El autor nos hace creer que, engañando a todos que está
muerto, el chico se mata de verdad con el tabaco. De nuevo hay una
representación gráfica, una línea entera de puntos suspensivos, que alude al
cardiograma de línea recta de un muerto. Sin embargo, el chico se recupera. Su
tío le advierte que dirá la verdad a su hermana, pero Eduardo lo amenaza con
tirarse al pozo, esta vez de verdad. Y lo horrible consiste en que, con sólo
ocho años, nuestro pequeño protagonista tiene una mirada suicida que asusta a
su tío. Al recordar todo esto, el protagonista se pregunta con ironía: “Los
ojos de un joven suicida que fumó heroicamente su pipa, ¿expresan acaso
desesperado valor?”
Es curioso que los dos cuentos, tan diferentes en
cuando a temática, estilo e incluso extensión, terminan de una manera, hasta
cierto punto, similar. En “A la deriva” era “Y cesó de respirar.”, aquí: “Y me
dormí.” Aunque de contenido diferente, las dos oraciones tienen una estructura
idéntica: la conjugación “y” que une todo lo sucedido con el final brusco, y un
verbo en pretérito indefinido que pone fin de una manera inmediata.
Los dos cuentos, brevemente analizados aquí, trazan un
cuadro pequeño pero íntegro de algunos aspectos en la obra de Horacio Quiroga.
La muerte no tiene piedad cuando haya elegido a su víctima que por mucho que
luche, no tiene ninguna posibilidad de salvarse. Los chicos disfrutan de la
muerte de un pariente lejano, se enorgullecen ante sus amigos por esta tragedia
que ha acaecido a la familia. La naturaleza, siempre cruel con el hombre, es
también su víctima porque él lleva allí a sus vicios desde pequeño. Los
espacios en los cuentos están siempre bien definidos, a veces en oposición
entre sí. Pero lo esencial es la muerte, un hecho repentino y breve en sí que
está precedido de una lenta y dolorosa agonía, sea un envenenamiento o una
enfermedad.
© Hristiana
Bobeva, 2018
BIBLIOGRAFÍA
Quiroga Horacio, Cuentos, Edición de
Leonor Fleming, Madrid, -CATEDRA- Letras Hispánicas, 2001
Quiroga Horacio, Cuentos de amor, de locura y
de muerte. Cuentos de la selva, Barcelona, Edicomunicación, 1999
Vucheva Evgenia, Estilística del español
actual, Sofía, Editorial Universitaria “San Clemente de Ojrid”, 2008
http://youtu.be/lI7vHbX5T88 De la colección “Claves de lectura”, consultado
el 8 de enero de 2014.
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