***
¿Qué nos faltó, entonces?
¿Amor? Vaya que no. Lo tuvimos y de todo tipo. Desde el amor
platónico y menor de edad de un par de grandes tímidos hasta el
sensual y alegre y loco desbarajuste de los que a veces tuvieron sólo
unas semanitas para desquitarse de toda una vida, pasaría contigo,
desde el amor de un par de hermanitos nacidos para quererse y hacerse
el bien eternamente hasta el de un par de cómplices implacables en
más de un asalto de delincuentes, y desde el de un par de jóvenes
enamorados incluso del amor y de la luna hasta el de un par de
veteranos capaces de retozar aún en alguna remota isla bajo el sol,
no me importa en qué forma, ni dónde ni cómo, pero junto a ti... O
sea que vaya que tuvimos amor de todo tipo y tamaño, pero siempre
del bueno, esto sí que sí.
***
Nos
dejamos capturar el uno por el otro, desde que nuestros labios se
fueron directamente en busca de los labios del otro, no de las
mejillas, ni de la frente, directa y ansiosamente a la boca del otro,
y al abrazo muy fuerte, ya doloroso, se le escaparon brazos y manos
que buscaban otras zonas del cuerpo, un seno, el corazón, las
caderas, un resbalón por el muslo.
—Abandonemos
este aeropuerto en el acto, Juan Manuel Carpio. No tenemos ni un
minuto que perder.
***
No
vimos a nadie, aquellos días, y tuvimos toda la razón del mundo al
actuar así, al escondernos superegoístamente. Los amigos
comprendían perfectamente bien, además. Aquéllos eran nuestros
siete días, nuestra semanita que podía ser para toda la vida,
nuestro estar juntos por una vez en el mismo lugar y sabiendo ambos
exactamente lo que deseábamos y cómo y cuánto tiempo nos era
permitido amarnos...
***
Nunca
hubo una pareja que se separara en un aeropuerto con una fe tan
grande en el futuro, con tantas ilusiones compartidas y tantos
proyectos comunes, como Fernanda y yo. ¿Fue simple buen gusto,
simple deseo de que acabara con besos y sonrisas esa semanita que
terminó por convertirse en un sueño realmente vivido y compartido?
Ahora que muchos de esos intensos deseos pertenecen al pasado, ahora
que nada nos salió del todo mal ni tampoco bien, ahora que sólo
quedan un montón de cartas de Mía, alguno que otro trozo escrito
por mí y también algunas de mis cartas posteriores al robo de
Oakland, muchísimo cariño y amistad, y la misma confianza y
complicidad de siempre, tal vez lo único que podríamos decir
Fernanda y yo es que hay despertares sumamente inesperados y que,
incluso, a veces, en nuestro afán de no causarle daño alguno a
terceros, terminamos convertidos nosotros en esos terceros. Y bien
dañaditos, la verdad.
—Chau,
Mía... Y ya verás cómo todo se arregla a nuestro favor, algún
día.
—Algún
día no, sino muy pronto, Juan Manuel Carpio, ya tú verás que algo
nos sale por ahí. Porque de niña me llamaban Fernanda Mía y tú me
has llamado así, siempre seré Fernanda Tuya, mi amor...
Alfredo Bryce Echenique, La amigdalitis de Tarzán
ALFAGUARA Madrid, 1999 |
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