Hace
más o menos dos meses empecé a leer Rayuela. A
finales de agosto ya estaba saltando por los últimos capítulos y decidí llevármela a
Cádiz. Quería terminarla allí, durante esas dos semanas
de vacaciones que tanto había esperado... Y así fue.
Como
no puedo volver de España sin comprarme por lo menos un par de libros,
me llevé cuatro. Uno fue Contigo
en la distancia de
Carla Guelfenbein. En uno de los capítulos iniciales, la
protagonista, Emilia, cuenta cómo ha sido para ella descubrir los
autores latinoamericanos y dice: "...estos
tuvieron en mí el efecto huracanado de los eventos que nos cambian
la vida. Recuerdo haber leído incontables veces la muerte del
pequeño
Rocamadour. Su cuerpo afiebrado, los sones de Brahms, la lluvia, la
distancia derrotada de Oliveira, los golpes secos del viejo y su
bastón sobre sus cabezas, la oscuridad y luego la evidencia
irrefutable de la muerte." ¡Me
impresioné tanto! Porque para mí significaban lo mismo. García
Márquez fue el primer escritor hispano que leí de forma seria y de
alguna manera, terminó por ser parte de mí misma. Luego, Carpentier
me hizo viajar hacia los orígenes de la música y del mundo y Vargas
Llosa me mantuvo agarrada por el cuello con tanta fuerza mientras me
revelaba el horrible secreto de Urania... Y después, de golpe volví
a sentir la sofocante angustia de aquellos momentos de la Rayuela: el
corazón se me había encogido y había necesitado tiempo para recuperarme. Y
es que todos estos elementos que Emilia menciona constituyen, para
mí, el cuadro más oscuro y doloroso del libro.
Al
rato, me pregunté qué habría pasado si no hubiera
leído Rayuela. La
respuesta es sencilla: nada. No habría entendido, ni mucho menos
sentido absolutamente nada. Quizá ni siquiera me habría enterado de
qué libro se trataba.
Parece que el juego no tiene final...
© 2015, Cristiana
Bobeva
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