―¿No
me oyes?― preguntó en voz
baja.
Y
su voz me respondió:
―¿Dónde
estás?
―Estoy
aquí, en tu pueblo. Junto a tu gente. ¿No me ves?
―No,
hijo, no te veo.
Su
voz parecía abarcarlo todo. Se perdía más allá de la tierra.
―No
te veo.
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