[...]
En ésas andaba una noche de domingo en que por fin me
sucedió algo que merecía contarse. Había pasado casi todo el día
ventilando mis frustraciones de escritor con Gonzalo Mallarino en su
casa de la avenida Chile, y cuando regresaba a la pensión en el
último tranvía subió un fauno de carne y hueso en la estación de
Chapinero. He dicho bien: un fauno. Noté que ninguno de los escasos
pasajeros de medianoche se sorprendió de verlo, y eso me hizo pensar
que era uno más de los disfrazados que los domingos vendían de todo
en los parques de niños. Pero la realidad me convenció de que no
podía dudar, porque su cornamenta y sus barbas eran tan montaraces
como las de un chivo, hasta el punto que percibí al pasar el tufo de
su pelambre. Antes de la calle 26, que era la del cementerio,
descendió con unos modos de buen padre de familia y desapareció
entre las arboledas del parque.
Después de la media noche, despertado por mis tumbos en
la cama, Domingo Manuel Vega me preguntó qué me pasaba. «Es que un
fauno se subió en el tranvía», le dije entre sueños. El me
replicó bien despierto que si era una pesadilla debía ser por la
mala digestión del domingo, pero si era el tema para mi próximo
cuento le parecía fantástico. La mañana siguiente ya no supe si en
realidad había visto un fauno en el tranvía o si había sido una
alucinación dominical. Empecé por admitir que me había dormido por
el cansancio del día y tuve un sueño tan nítido que no podía
separarlo de la realidad. Pero lo esencial para mí no terminó por
ser si el fauno era real, sino que lo había vivido como si lo fuera.
Y por lo mismo -real o soñado- no era legítimo considerarlo como un
embrujo de la imaginación sino como una experiencia maravillosa de
mi vida.
Así que lo escribí al día siguiente de un tirón, lo
puse debajo de la almohada y lo leí y releí varias noches antes de
dormir y en las mañanas al despertar. Era una transcripción
descarnada y literal del episodio del tranvía, tal como ocurrió, y
en un estilo tan inocente como la noticia de un bautismo en una
página social. [...]
Gabriel García Márquez, Vivir para contarla
(2002)
Почивай в мир! Rest in peace! |
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